El Viento

“Nunca pude entender la conversación que sostuve con una señora, hace muchos años, tenía yo diecisiete, ella treinta. Era la noche de Navidad. Habiendo convenido con un vecino en ir los dos a la misa de gallo, preferí no dormir; acordamos que yo iría a despertarlo a medianoche.”
Misa de Gallo
Machado de Assis
Hacía mucho calor y las ventanas llenas de lucecillas madeinchina de colores alegres iluminaban los caminos entierrados de San Bernardo del Viento. La arena se sentía tibia y algodonada bajo mis pues duros y en mi cabeza seguían, estruendosas como cascadas, las palabras de la señora de Aníbal. Ni sé cómo se llama. Sólo sé que es la señora de Aníbal. Que tiene dos hijos con Aníbal, la señora de Aníbal. Y entre pasos la frase: ven -paso- esta noche –paso- Arnoldo –paso- y vas a ver –paso- lo que es -paso- una mujer –paso- de verdad –paso-.
Repetía y repetía esas palabras. Esperaba con cuchillas de afeitar en el estómago el momento de despertar a mi amigo. Al pasar por la tienda de Ben-Hur, que es la más famosa de acá de San Bernardo, me senté un rato a acompañar un grupo de cachacos 1. que discutían si era más sabroso el Pargo o la Sierra. La Barracuda, dije yo, y me paré porque mi cabeza seguía oyendo la voz de la mujer de Aníbal. La arena suave me acercaba con cada paso a la casa de Aníbal y me hacía olvidar cada vez más de mi amigo y de la misa de gallo.
El Viento, como le dicen a éste pueblo, es un conjunto de casitas con mecedoras en los zaguanes. Las casas son de Bareque pero adentro hay televisores full tecnología y equipos de sonido que se oyen a kilómetros. La gente de acá se dedica a mecerse adormilada, a jugar dominó (poniendo con mucha fuerza las fichas sobre la mesa para que suenen bien duro) a tomar cerveza águila, a pescar, a construir, a destruir y sobre todo, a recibir el viento que viene del mar Caribe en sus poros abiertos como sólo alguien de San Bernardo los puede tener. Yo creo que nosotros los de El Viento respiramos por la piel. Pero yo creo muchas cosas. Lo que no creía, era que yo le fuera a gustar a la mujer de Aníbal. Que ella quisiera que yo descubriera que ella era una mujer de verdad. Si eso yo ya lo sabía. Sí que lo sabía. Esas caderas y esa piel. Ese olor a leche de coco. La mujer de Aníbal era la única mujer de verdad que yo conocía. Pero ella quería que yo fuera a su casa a comprobarlo. Que la visitara ésta misma noche. En mi mente la idea de la misa de gallo, de despertar a mi amigo, estaban tan lejos de la mujer de Aníbal. Estaba decidido y la arena seguía siendo cómplice de mis pasos en dirección a la casa Aníbal.
En San Bernardo del viento se vive del mar. Yo aprendí a nadar a las dos años, a pescar a los 3 y a los 10 ya me enfrentaba solo al mar durante días enteros. Dicen que nosotros los de El Viento somos los mejores navegantes de todo el Caribe. Que por eso los narcos nos buscan a nosotros para llevar lanchas de alta velocidad llenas de coca a destinos antillanos. Dicen que ninguno de El Viento ha perdido un gramo en esos viajes. Dicen que los que los pierden son los de San Antero, Isla Fuerte o Barú, pero que la gente del viento, los que respiran mar, son los únicos que no pierden viajes. Nosotros los de San Bernardo vivimos del mar. Y algunos de la coca.
El pobre Aníbal había salido temprano esa mañana de pesca con alguna gente de acá del pueblo. Su mujer de verdad estaba sola en la casa, y las luces de colores madeinchina alumbraban mi camino a ella. Mientras más cerca estaba mi corazón marchaba más rápido, tanto que creí confundirlo con un motor de lancha porque hacía un ruido fuerte pero ahogado, como si estuviera recalentado. Y mis piernas largas sentían que ya no caminaban en la arena sino en el aire. Frente a la casa de bareque me detuve un momento. Miré a todos lados, no quería que nadie me viera entrar a esa casa a estas horas de la noche. Finalmente me trepé de un salto al zaguán y toqué suave la puerta. De inmediato abrió la mujer de Aníbal, me cogió del brazo y me arrastró a la playa. Mi corazón se oía como fuegos artificiales. Como tiros al aire y motor roto. La mujer de Aníbal me llevó detrás de un tronco seco. La mujer de Aníbal se quitó la ropa y me dejó ver cicatrices y morados por todo su cuerpo. La mujer de Aníbal me dijo que una mujer de verdad no se deja pegar del marido. La mujer de Aníbal habló un rato largo, dejándome verla sin tocarla, y finalmente se fue a su casa. Yo me dormí confundido, no había entendido mucho de lo que pasó esa noche. Al despertar, encontré varios paquetes de envoltura negra que se acumulaban a mis pies. Estaban llenos de coca. Los paquetes venían del mar de San Bernardo, con cada ola se mecían como mareados, como perdidos. Un cargamento había caído. Una lancha que dirigía alguien de El Viento. La lancha que llevaba Aníbal. La que su mujer delató a la policía para hacerme ver lo que era una mujer de verdad.
1. Persona que no tiene sal de mar en las venas
Misa de Gallo
Machado de Assis
Hacía mucho calor y las ventanas llenas de lucecillas madeinchina de colores alegres iluminaban los caminos entierrados de San Bernardo del Viento. La arena se sentía tibia y algodonada bajo mis pues duros y en mi cabeza seguían, estruendosas como cascadas, las palabras de la señora de Aníbal. Ni sé cómo se llama. Sólo sé que es la señora de Aníbal. Que tiene dos hijos con Aníbal, la señora de Aníbal. Y entre pasos la frase: ven -paso- esta noche –paso- Arnoldo –paso- y vas a ver –paso- lo que es -paso- una mujer –paso- de verdad –paso-.
VenestanocheArnoldoyvasverloqueesunamujerdeverdad.
Repetía y repetía esas palabras. Esperaba con cuchillas de afeitar en el estómago el momento de despertar a mi amigo. Al pasar por la tienda de Ben-Hur, que es la más famosa de acá de San Bernardo, me senté un rato a acompañar un grupo de cachacos 1. que discutían si era más sabroso el Pargo o la Sierra. La Barracuda, dije yo, y me paré porque mi cabeza seguía oyendo la voz de la mujer de Aníbal. La arena suave me acercaba con cada paso a la casa de Aníbal y me hacía olvidar cada vez más de mi amigo y de la misa de gallo.
El Viento, como le dicen a éste pueblo, es un conjunto de casitas con mecedoras en los zaguanes. Las casas son de Bareque pero adentro hay televisores full tecnología y equipos de sonido que se oyen a kilómetros. La gente de acá se dedica a mecerse adormilada, a jugar dominó (poniendo con mucha fuerza las fichas sobre la mesa para que suenen bien duro) a tomar cerveza águila, a pescar, a construir, a destruir y sobre todo, a recibir el viento que viene del mar Caribe en sus poros abiertos como sólo alguien de San Bernardo los puede tener. Yo creo que nosotros los de El Viento respiramos por la piel. Pero yo creo muchas cosas. Lo que no creía, era que yo le fuera a gustar a la mujer de Aníbal. Que ella quisiera que yo descubriera que ella era una mujer de verdad. Si eso yo ya lo sabía. Sí que lo sabía. Esas caderas y esa piel. Ese olor a leche de coco. La mujer de Aníbal era la única mujer de verdad que yo conocía. Pero ella quería que yo fuera a su casa a comprobarlo. Que la visitara ésta misma noche. En mi mente la idea de la misa de gallo, de despertar a mi amigo, estaban tan lejos de la mujer de Aníbal. Estaba decidido y la arena seguía siendo cómplice de mis pasos en dirección a la casa Aníbal.
En San Bernardo del viento se vive del mar. Yo aprendí a nadar a las dos años, a pescar a los 3 y a los 10 ya me enfrentaba solo al mar durante días enteros. Dicen que nosotros los de El Viento somos los mejores navegantes de todo el Caribe. Que por eso los narcos nos buscan a nosotros para llevar lanchas de alta velocidad llenas de coca a destinos antillanos. Dicen que ninguno de El Viento ha perdido un gramo en esos viajes. Dicen que los que los pierden son los de San Antero, Isla Fuerte o Barú, pero que la gente del viento, los que respiran mar, son los únicos que no pierden viajes. Nosotros los de San Bernardo vivimos del mar. Y algunos de la coca.
El pobre Aníbal había salido temprano esa mañana de pesca con alguna gente de acá del pueblo. Su mujer de verdad estaba sola en la casa, y las luces de colores madeinchina alumbraban mi camino a ella. Mientras más cerca estaba mi corazón marchaba más rápido, tanto que creí confundirlo con un motor de lancha porque hacía un ruido fuerte pero ahogado, como si estuviera recalentado. Y mis piernas largas sentían que ya no caminaban en la arena sino en el aire. Frente a la casa de bareque me detuve un momento. Miré a todos lados, no quería que nadie me viera entrar a esa casa a estas horas de la noche. Finalmente me trepé de un salto al zaguán y toqué suave la puerta. De inmediato abrió la mujer de Aníbal, me cogió del brazo y me arrastró a la playa. Mi corazón se oía como fuegos artificiales. Como tiros al aire y motor roto. La mujer de Aníbal me llevó detrás de un tronco seco. La mujer de Aníbal se quitó la ropa y me dejó ver cicatrices y morados por todo su cuerpo. La mujer de Aníbal me dijo que una mujer de verdad no se deja pegar del marido. La mujer de Aníbal habló un rato largo, dejándome verla sin tocarla, y finalmente se fue a su casa. Yo me dormí confundido, no había entendido mucho de lo que pasó esa noche. Al despertar, encontré varios paquetes de envoltura negra que se acumulaban a mis pies. Estaban llenos de coca. Los paquetes venían del mar de San Bernardo, con cada ola se mecían como mareados, como perdidos. Un cargamento había caído. Una lancha que dirigía alguien de El Viento. La lancha que llevaba Aníbal. La que su mujer delató a la policía para hacerme ver lo que era una mujer de verdad.
1. Persona que no tiene sal de mar en las venas
Comentarios
Que bueno El Viento, que bueno el Mar.
Y no abandone tanto a los letras! jajaa