Dieciséis días antes


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http://www.elespectador.com/noticias/nacional/articulo-357099-muere-hombre-tras-consumir-aguardiente-durante-16-dias


Dieciséis días antes

     Se había tomado el primer aguardiente de su vida. Era el aniversario de la muerte de Carmen y él llevaba dieciséis años recordando sus vestidos de flores chiquiticas y su olor a lluvia recién caída. Llevaba dieciséis años como una sombra de lo que era cuando Ella estaba viva. Se sentó en la mesa de siempre, en la cafetería de siempre y pidió el tinto de siempre. En la mesa del lado, una par de borrachos celebraban, desde el día anterior, la victoria de un gallo que les había salido bueno. Uno de ellos, al ver a Libardo sentarse, corrió con la botella de aguardiente a su lado y le ofreció un trago. El viejo enojado y serio, lo rechazó tajante. Gracias, otro día. ¿Me va a rechazar el traguito, don Libo? Sí, es que yo no bebo. Además son las siete de la mañana. No se me ponga difícil don Libo, que usted sabe que nosotros somos gente buena, como usted. Esto último lo dijo mostrándole un revólver que tenía bajo su camisa estampada de colores alegres. Libardo, un poco asustado, no vio otra salida a esa situación que tomarse el trago.

     El viejo hijueputa ese no quiere vender la puta casa papá. Le ofrecí como tres millones más por ese rancho caído y el viejo sigue sin querernos vender. Que si se va de ahí ¿donde va a poner su mecedora? pregunta el muy pendejo. Que dizque tiene enterrada a la señora ahí, que él se quiere morir ahí y quenosequé y quenosecuantos. Mandémoslo a quebrar papá, no hay de otra, mandémoslo a matar que si no empezamos construcción rápido, vamos a perder la licencia y la plata que le hemos metido a eso. Si no es por las buenas, por las malas será.

     Tomó la copa desde abajo, con dos dedos, como cogiendo una copa de champaña y se llevó el trago a la boca. El aguardiente entró pleno de sus labios a su cerebro, sintió de inmediato una sabrosura inmensa y unas ganas de vivir que no sentía desde sus días con Carmen, estaba eléctrico. Sus ojos se abrieron, sus pupilas se dilataron y empezó a oír la música que estaban poniendo en el local, la música que antes no oía. Una mujer caminaba en la acera del frente, le pareció hermosa, sus carnes se estremecieron. Para las diez de la mañana, era él quien servía las rondas. Estaba feliz. Por primera vez borracho.

     Papá, papá, dicen en el pueblo que el viejo hijueputa ese lleva todo el fin de semana bebiendo. Que ha bailado parejo en la plaza y que mandó a dormir a Álex y a Caliche, que fueron los que le dieron aguardiente. Dicen que les ha tocado la nalga a tres viejas, que entró a la iglesia en un caballo y sin camisa, bendiciendo a todo el mundo, diciendo que era el papa, el papacito. Dicen que se enloqueció ese viejo papá, se en – lo – que – ció. Ahora sí la tengo clara papá, a ese viejo no lo matamos nosotros. Se mata él solo. Póngale ojo.

     El viejo Libo no tuvo tiempo ni de pensar en porqué nunca se le había ocurrido probar antes el aguardiente. No tuvo tiempo de pensar en los dieciséis años que había pasado en su mecedora pensando en la vieja Carmen. Empezó a beber y fue como si en cada día recuperara un año. El trago aparecía en su casa, sin que él supiera como, por cajas. En la mañana le ponían una caja de medias de aguardiente y en la noche aparecía otra. Y él bebía.

     Me salió más caro que pegarle un tiro, papá. Me salió como a lo mismo que comprarle la puta casa, pero el viejo hijueputa ese por fin se murió, papá. Yo la verdad pensaba que el viejo no duraba más de dos o tres días a ese ritmo, pero el muy hijueputa fue capaz de beberse la casa.

     Se puso todo morado el viejo Libo. Su cara hinchada era como una berenjena madura, brillante, gorda y sonriente. Su cuerpo se movía suavemente al vaivén de la silla mecedora a pesar de que llevaba seis o siete horas de muerto. Dicen que la silla siguió meciéndose sin cuerpo durante días como fiel a la rutina que el viejo le había impuesto desde que la compró en una tienda de Lorica, ocho días después de enterrar a su esposa en el en el solar de su casa. En la mano derecha el muerto tenía un radio Sanyo pequeño de sonido ronco y arenoso en el que se oía la voz de Alfredo Gutiérrez. En la mano izquierda, una copa con un trago caliente de aguardiente. Un trago que se quedó servido, porque Libardo se murió, muy a su pesar, antes de tomárselo.


Comentarios

Anónimo dijo…
El viejo Libo no le fue fiel a su origen; no tenia su "otra Carmen" en la Rancheria vecina, por eso se tomo el primer trago.
Dajara dijo…
Muy buen alimento para un ocioso, digo el cuento, no el guaro!
maria elena dijo…
huyyyyyyyy pero que fantasia la del tomas!!!!!!!!!me gusta como escribes y de carpintero ni se diga!!!!!!!!!

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