Y yo no podría vivir sin vos



Siempre nos reuníamos en la tienda de Javi. A veces nos sentábamos en la banquita de concreto. Otras, cuando íbamos todos, en el jardincito encerrado. Las risas se oían hasta la 33, creo yo, porque gente buena pa echar caja y hablar materia fecal y ese combo que teníamos en Conquistadores. Íbamos donde Javi, así quedara a varias cuadras de la Unidad porque, a decir verdad, había un par de malparidos que no queríamos ver nunca: Chuqui y Lorenzo. Esos manes eran la pura nefastería, déjame decirte. Imagínate esta: Una vez Lorenzo le estaba echando los perros a Laura, la hermana de Mateo, en las escaleras del edificio, y Mateo, que era loquísimo, coge y le echa un baldado de agua fría desde el tercer piso. Si, a Laura también la mojó, por torcida, por ponerse a hablar con ese perro canequero. Así quedaron las cosas, porque Mateo se encerró en el apartamento y no dejó entrar ni a la hermana hasta que llegaron los papás. A los días fue que él llegaba del colegio y no fue sino que se bajara del transporte para que Chuqui y Lorenzo le salieran de detrás de un muro dizque a cascarlo. Pero Mateo era un mico completo; apenas los vio salió corriendo, ellos detrás. Por allá como a dos cuadras fue que no vio para dónde más irse y se montó a un árbol de mango, que te digo, ni sé cómo, porque no tenía ramas, así lo que se dice al alcance de uno, sino que era puro tronco. Yo lo he visto treparse a palos así, le hace a lo palmera, con las manos envolviendo el tronco por detrás y los pies por el frente. Fue que se montó y se vió salvado y les comezó a gritar que güevones, que malparidos. Y estos manes más bravos quiastai, se fueron, pero Mateo no se bajó, asustado de que estuvieran por ahí asomados. Como a la media hora volvieron. Volvieron y Mateo supo que ahora sí le iba a tocar pagarla. Traían un rifle de Paint ball. Y hágale, dele bala, o bola, lo que sea. Mateo se cubría con la mochila pero le alcanzaron a dar y se cayó del árbol. Cúbito y radio. Chuqui y Lorenzo, cagados de la risa, se fueron y lo dejaron tirado. Lo recogió un portero. Así eran esos malparidos. Así son.


           Ese día estábamos Santiago, Ricky, Roberto, Paola, Luisa y yo. Ya no éramos los niños de la época del árbol de mango, estábamos comenzando la universidad, algunos se habían ido de la Unidad, Jaime se había ido pal Poblado, Mateo para Alemania –después se perdió tres años y ni la mamá sabía que andaba de guardabosques en el Chocó, pero ese es otro cuento-. El caso es que los que quedábamos estábamos donde Javi. El más afectado era Roberto, que fue novio de Luisa como un año y que a veces me decía que él sabía que iba a volver con ella algún día, que ella era el amor de su vida. Luisa era el amor de la vida de todos, sinceramente. La niña de tenis converse sucios que estaba con nosotros siempre en la calle. A veces nos ganaba en fútbol, corriendo, comiendo pizza “all you can eat”, jugando Nintendo, cosas así, pendejadas, que cuando uno es chiquito son la locura china. Me acuerdo todavía del primer beso que le di. Yo se que los teóricos de la calle dicen que beso de picoebotella no vale. Yo se que muchos besos jugando no valieron, que eran más bien un roce de labios, o algo así, pero el que nos dimos Luisa y yo, ehavemaría, pregúntele a ver, si no valió. Me encalambró. Ese día me volví grande, tarde, más tarde que todos los de la Unidad, pero ese beso me sacó de una patada en la boca de la niñez y me tiró a ese pantanero de inseguridades, acné, sudores en las manos y apendejamiento que es la adolescencia.


          Roberto invitó a la primera ronda. Dos águila light, para Paola y Ricky, tres águilas normales, para Roberto, Santiago y yo, y una coca-cola para Luisa. Dos paquetes de los grandes de Papas Margarita de Limón y una picadita del famoso cábano de Javi. Era que Luisa quería estar acompañada ese día. Nadie sabía quién sabía, pero todos sabíamos. Había que hacer lo posible por hablar de cualquier cosa, no se, distraerla, que estuviera tranquila, era decisión de ella. Era la primera vez que Santiago y Paola estaban juntos desde el cumpleaños de Paola. El día en que Santiago se le declaró a Paola. Así se decía antes “se le declaró”. No se cómo digan ustedes ahora, le dijo que le gustaba, esas cosas. Ella no lo recibió tan mal como pensábamos nosotros, Paola no era como Luisa. Paola era una niña linda, que nunca jugaba con nosotros en la calle. El papá era militar, o director de disciplina de un colegio militar, una nevera humana, un rectángulo de músculo que la trataba como a una princesa. Era raro que Luisa y Paola fueran tan amigas, pero por otro lado, eran el complemento perfecto. Encajaban como dos fichas de LEGO, o más bien de Estralandia, porque eran los 90s y todo eso. Santiago le dijo que siempre le había gustado y a Paola se le iluminaron los ojos, pero es tan, tan bruto, el güevón ese, que le dice que antes que nada, quiere confesarle algo. Le cuenta. El HIJO-DE-PUTA le cuenta que se la gateaba –espiaba– desde la terraza del apartamento de él hacía dos meses. No le dice que nos había invitado un par de veces. No le dice que nos turnamos el telescopio y la vimos bailar en ropa interior una música que no oíamos pero nos imaginábamos con sus movimientos. No se si alguna vez lo supo, pero ya han pasado muchos años y espero que nos perdone, como perdonó a Santiago. La cara de Paola, te digo, se volvió tan roja, tan roja, que pensé que se iba a quedar sin sangre en el resto del cuerpo. Yo ya iba cogiendo camino a la salida. Esta pelada se pone histérica y le grita al papá que saque a Santiago de ahí. El rectángulo de músculo, que no entiende nada, lo mira y con eso hay. Santiago le dice a Paola que lo perdone, ella le dice malparido hijueputa te largás de aquí. El papá da un paso y Santiago que sale corriendo. Iba llorando, aunque lo niegue, pero yo me di cuenta. Ese man quedó jodido. Ese día donde Javi, se volvieron a ver. Y ese día de la fiesta, también, Luisa empezó a hablar con Chuqui. El man era mayor, tenía carro, tenis Nike Pegasus, era el prototipo de galán de la época. Ya estábamos grandes y Lorenzo y Chuqui no eran nuestros amigos, pero nos tolerábamos.


         Los paquetes de papas ya se estaba acabando, las cervezas estaban casi vacías y el ambiente era tenso. Luisa miraba la mayoría del tiempo sus converse sucios. Ahí fue que a mi se me ocurrió contar la historia del amigo mío caleño que tenía una amiga que se llamaba Silvia. Silvia estudiaba odontología en la del Valle, Kike bacteriología. Eran amigos desde primer semestre, porque les tocó una de esas materias comunes a las dos carreras. Ella le contaba todo, él le contaba casi todo. Kike se volvió amigo del novio, un man de Medicina, que también era hincha del Cali. Pero resulta que a Silvia le dio por meterse con otro güevón, un compañero de Kike. Entonces el caleño quedó ahí, amigo del novio cachón, amigo de ella y compañero del nuevo. Un día, ella llegó a la casa de Kike, llorando. Ese man vivía solo desde que estaba en Cali, porque la familia es de Bugalagrande. Llegó Silvia llorando donde Kike y le dijo que había peleado con el novio y con los cachos y que en esa pelea se había dado cuenta de que el que le gustaba era él. Mierda, me dijo Kike que pensó, ésta se enloqueció del todo. Ella le dio un beso y le cogió la mano, se la puso en el pecho y apretó. Kike estaba dizque en un verano tremendo, pero le dio una putería gigantesca con Silvia, un putería, dice él, que nunca había sentido, ella le gustaba, no eran amigos porque sí, eran amigos porque ella nunca le paró bolas. Él la quería. Pero ese día la mandó pa la porra. Le dijo que no estaba bien lo que hacía con ellos, que comiera mierda y que suerte, ve. A los días se fue a ver un partido del Cali con el médico –ese Cali de Bonilla, del Carepa (QEPD), de Máyer, de Viveros, de Yepes– y le contó todo. Lo del otro man, lo del día en su casa. El médico quedó mal. Se bebieron como cuatro canecas de aguardiente –así le dicen en Cali a la media- y el novio se fue, tarde, después de una goleada bestial de ese Súper Cali, para donde Silvia. Al otro día, Kike se los encontró en la universidad. Lo saludaron como si nada. Clásico, cuando uno se mete en un berenjenal de esos, siempre sale puteado. Kike estaba en unas escaleritas, medio acostado, fumando. Ellos lo vieron y como pa echárselo en cara, pensó él, lo saludaron y le pidieron un encendedor. Kike se enloqueció, del todo, me dijo, y en vez de pasarles el encendedor, se los tiró. Se lo tiró a Silvia, con toda la fuerza que tenía. El cilindrito plástico dio vueltas y se estalló contra un diente frontal de Silvia. Ella gritó. El novio no entendía nada. La situación era absurda, totalmente absurda. A los días, en una citación a la fiscalía, Kike se enteró que se le había muerto el nervio del diente, o para ser más precisos, la odontóloga quedó con diente cocacolo. Hasta hoy lo buscan pa cascarlo el médico y los hermanos de ella, al pobre Kike.


          Cuando terminé, Luisa se rió. Se rió muy duro, una carcajada enorme. Todos nos reímos con ella, se oyó hasta la 33. La noche despegó. Contamos muchas historias. Nos soltamos. Javi cerró el chuzo a las 10:30pm, pero nosotros compramos una caja de aguardiente y varias cocacolas para Luisa y nos quedamos hablando hasta la madrugada. Nos acordamos de la vez que nos atracaron unos gamines de los que nos habíamos vuelto “amigos”. Nos acordamos de los raspones en la arena de la cancha de fútbol. De Marta la del aseo que se robaba gusanillos de bicicletas, del diablito atómico, de la bazuca, de las idas a acampar, de la camisa que me regaló mi mamá que decía “best mom on earth” que yo me ponía todos los días, porque me parecía una cuca el estampado de una tierrita, hasta que Mateo, que estudiaba en el alemán, y medio sabía inglés, me dijo, después de habérmela puesto como tres meses, lo que significaba “best mom on earth”. Nadie en conquistadores durmió esa noche, porque las carcajadas eran ardientes, atómicas, como el diablito, que los despertó otro día, hace años, con un hongo de fuego de tres pisos.


         Esa fue la noche más importante de todas. Gracias a esa noche, vos estás aquí, tu mamá, a punta de cocacolas y carcajadas, decidió que vos ibas a nacer y ella sería adulta. Decidió no ir a la cita del otro día. A los meses, cuando la barriguita se le empezó a notar, se la llevaron para Salamina y no la volvimos a ver. Fue después de varios años que nos encontramos haciendo una fila en el banco, y hablamos y me contó de vos, y yo me enamoré otra vez y otra vez nos besamos y otra vez me encalambré y hoy estamos aquí.



Y yo no podría vivir sin vos.





-->
-->

Comentarios

Entradas populares