Fútbol Clásico





       Yo sólo veo fútbol clásico.

       No «clásicos», como entre los rivales de una misma ciudad; sino fútbol clásico, viejo. Porque, con tanto fútbol bueno que se ha jugado, ¿para qué ver un partido malo?, ¿sólo porque es nuevo?, ¿para no quedarse aferrado al pasado? No entiendo cuál es el problema sinceramente. Yo conozco gente que se encierra días enteros a oír música vieja, que Mozart o que Vivaldi. Sé de personas que sólo leen libros de muertos. Tengo un amigo que sólo lee Agatha Christie; Lee despacio, saboreando cada frase, subrayando, tratando siempre de resolver el misterio. Él dice que si llegara a acabar los 91 libros publicados por Agatha, renunciaría a la lectura definitivamente. Pero a ellos nadie les dice nada; al contrario, a todos les parece muy elegante, muy culto, muy caché. En cambio conmigo si se tiene que meter todo el mundo.

       Estoy viendo el partido que definió uno de los cupos a la Copa Libertadores de 1985 entre Unión Magdalena y Deportivo Independiente Medellín. Empieza el segundo tiempo, va ganando el DIM 1–0, pero Unión está encima. En una de las únicas jugadas ofensivas para el poderoso hay falta en el área: penal. ¡Penal para el rojo!. Malásquez agarra el balón y lo acomoda sobre la mancha de cal. Toma impulso. Bajo los tres palos espera el argentino Gamberini sereno, sobrador. La grabación muestra a la gente en las tribunas ansiosa por gritar el gol que les asegure la participación en el torneo continental. El peruano corre hacia la pelota, yo me levanto de la cama, el futbolista patea fuerte, muy fuerte… el balón va afuera. ¡Afuera! El ciclón bananero celebra y yo me vuelvo a acostar decepcionado. Gamberini despeja y el Unión ataca con percutor durante diez o quince minutos, el empate deja afuera al equipo de Medellín, que se defiende contra las cuerdas. En ese momento los hinchas no sabían, como yo no supe sino hasta hoy, que Malásquez sería tan grande. En el minuto ochenta y seis de la segunda parte, ese 14 de Noviembre de mil 1984, Campuzano narraría un gol inmenso: Fernández le pone un balón profundo al peruano, la defensa bananera reclama fuera de juego, pero el juez de línea no levanta la bandera. Malásquez recibe sobre la línea de las cinco con cincuenta, el arquero Gamberini sale a matar y el peruano lo elude con elegancia. La portería está vacía, pero Eduardo Hugo Malásquez, limeño, 180 centímetros de estatura, apodado El Flaco, decide no rematar al arco y, por esa vía, entrar a la historia –¡es un animal éste peruano!, Pienso al verlo–. Gamberini regresa y el flaco lo vuelve a esquivar con una gambeta. Los centrales del Magdalena dejan de reclamar el fuera de juego y van con todo sobre Eduardo, que parecía estarlos esperando, porque los recibe con regates de precisión quirúrgica y les quiebra la pelvis, el fémur, tres vértebras y los pone a pensar en la jubilación, tener hijos y ver si algún día sus hijos le hacen un regate así a algún defensa –dos años más adelante, uno de esos centrales encendió el abanico SANYO de su casa en Santa Marta y le hizo el amor a su señora para, nueve meses después, ver nacer a un goleador de talla mundial a quién llamaría injustamente “Falcao”, en honor al talentoso brasileño, cuando debió llamarlo “Malásquez”, en honor al talentoso peruano. Pero como le venía diciendo, yo los goles del tal Radamel Falcao no los pienso ver porque yo desprecio el fútbol de reinas de belleza y engendros de laboratorio farmacéutico que se juega ahora. Porque desprecio la “inmediatez de la contemporaneidad”, una frase muy bonita que le leí alguna vez a un columnista italiano de El Colombiano. Además estoy ahorrando y no tengo plata para la parabólica–. Finalmente, como cansado de eludir rivales, como apático, como si jugara con los más pequeños de la cuadra, a los que se les humilla sin piedad, se para frente al arco y le da un puntazo suave al balón. Una caricia de niño genio. El balón se va perezoso al fondo de la red sin que nadie lo pueda detener porque todos están en el suelo. Un gol que en la cuadra sería inmenso, en el Atanasio se vuelve histórico. ¡GOOOOL! !GOLAZOOOOO! se me sale el alarido, pero me acuerdo de que me tienen amenazado con echarme de la pieza si sigo gritando goles extemporáneos. La famosa “Malasqueña” que finalmente veo hoy, frente al televisor coreano de 32” que todavía le debo a Navarro Montoya. Una jugada hermosa que me da hambre.

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