Corazón de León



     Primero fue que me encontré a Hugo ahí en el atrio. Eso fue en la iglesia de San Joaquín. La grande, sí, esa. Bueno, entonces me encontré a Hugo, y me preguntó que cómo fue, que si ¿muy horrible?, y yo le respondí lo que te acabo de contar a vos, que todo fue hasta bonito, con la familia ahí reunida, al lado de él, acompañado. Descansó, sí, descansó. Aunque cansado cansado, no creo que estuviera, porque para vida buena, y la de León, para qué. En todo caso, ahí ya si entramos y todo en orden, la misa, brille para él la luz perpetua, todo aquello. Ah, no esperá que es que Hugo salió con una muy buena. Llegó la parte de la misa de la paz, y eso de mi paz os dejo, mi paz os doy, pero Hugo me hace caras, se pone la mano tapando la boca, y me susurra bien pasito: toda la vida pensando que era “ni pasos dejo, ni pasos doy”, te juro por Dios. Ahí fue que yo solté tremenda carcajada. Con decirte que María Cristina, la hermana de León, sigue sin hablarme desde eso. A nadie le gusta que se rían en el funeral del hermano pero es que esos tiros de Solano, ni para que te digo.
     Sí, gentecita hubo, claro. De la tertulia todos menos vos. La gente del trabajo bastantes, las familias, hasta aquella estuvo por allá, jei, allá estuvo la querida, como a tres bancas de la oficial. Y se miraban y eran como compitiendo a ver cuál de las dos lloraba más. No, no pasó nada, no tiene nada que ver con lo que te voy a contar hombre, estoy ambientando, a ver si comprás la otra rondita, o ¿ni eso? Bueno, te espero, Aguila Light, y tráete unas doce empanaditas, que ya tengo es hambre.
     La misa terminó, todo muy solemne y eso, típica misa de muerto. Salimos y se armaron los corrillos esos que siempre se arman afuera. Nosotros nos hicimos a un ladito para poder comentar lo del clásico del domingo. El martes, la misa fue el martes. Sí, es posible que haya sido eso, la señora dice que el médico le había prohibido las emociones fuertes, pero ¿cómo se iba a perder el clásico? Fue Roberto el que le alcahueteó la cosa. Imagínate, Roberto que es verdolaga, fue dónde León el domingo y se contrabandeó un celular y le puso el partido en plena convalecencia del primer infarto. Roberto nos alcanzó a contar que León estaba contento de ver el partidito. Que dizque llevaba como quince días encerrado en ese hospital leyendo prensa, que es lo único que lee él, El Colombiano, Qhubo, El Espectador, El Tiempo, hasta los clasificados se leyó. Hasta le encontró coloca a un sobrino varado en esos quince días pa que sepa.
     Bueno, el caso es que vos sabés que ese partido iba 0-0 hasta el minuto 89 y que fue más malo que pegarle a la mamá. Pero llega la jugada esa donde no se supo si el balón entró, si era gol o no y León se emocionó más de la cuenta. Que gol, que no nos roben, que coman mierda. Y Roberto, en medio de la emoción le alegaba que no, que el árbitro estaba bien, la bola no pasó TOTALMENTE la línea. Y ahí se pusieron con esto y lo otro hasta que esa máquina de la culebrita verde que marca el ritmo del corazón se desbocó y comenzó a pitar y León a cogerse el pecho. Roberto guardó el celular y salió a buscar la enfermera. Otro infarto. Como que se alcanzó a recuperar pero el corazón le quedó muy mal y al otro día se nos fue.
     Entonces estábamos en el atrio, todos diciéndole a Roberto que tranquilo, que León ya estaba muy mal, que eso hubiera pasado igual tarde que temprano y que nadie le iba a contar a María Cristina ni a Doña Tremebunda –así le decimos de cariño a la señora de León- que él le había llevado un celular para ponerle el partido, cuando este man se pone pálido, de un pálido bond 100 gramos, te digo, y no dice nada, solo mira al frente. Hugo le gritaba y él nada. Yo lo zarandeé, y él se me soltó y salió corriendo cuadra abajo gritando como loco que si fue gol. Todo el mundo se dio cuenta, sí, es que la cosa fue muy rara hermano. Entonces fue que yo acaté a mirar pa donde él estaba mirando, donde venden las empanadas, al lado del Consumo, y veo un gordo igualito a León tomándose un tinto. Cuando te digo igualito es que es de esas situaciones en que uno sabe que es absurdo aceptar que lo que ve es verdad, pero los ojos le dicen a uno otra cosa, convencidos. El señor nos miraba atraído por el grito de loco de Roberto, y todos los del atrio lo miraban a él. Un señor igualito al muerto, miraba a los que fueron a despedirlo. El sueño de mucha gente, dicen, estar en su propio funeral. Pero en serio, todo el mundo descrestado con el gordo, las señoras llorando, los niños que no entendían que pasaba.
     Desde eso no aparece ni por la tertulia, ni por la casa, Roberto se perdió. No aguantó, como no aguantó el corazón de León ese gol robado. ¿Cómo que no fue robado hermano? Claro que nos robaron, ahí están pintados ustedes, comprando árbitros, haciendo trampa. Ve, sabés qué, voy a aprovechar para bajar al centro que tengo unas vueltas pendientes, hablamos después.

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